Nela Ochoa: “Crear es una manera de vencer la mortalidad”
Su interés por mirar el cuerpo por dentro la llevó a coleccionar…
Su interés por mirar el cuerpo por dentro la llevó a coleccionar tomografías, radiografías y resonancias. Son imágenes que la impulsaron a seguir hurgando para entender qué nos hace humanos. Fue ese mismo interés y su pasión por el arte lo que luego la llevó a convertir aquellos exámenes médicos en Gestografías, trabajos siempre presentes en su obra que giran en torno a los lenguajes gestuales venezolanos. Un descubrimiento que logró en la distancia, en aquel París de 1981, que la recibió para estudiar en la Rencontre International de Dance Contemporaine, donde siguió explorando sobre la misma materia.
Nació un 22 de marzo de 1953, en Caracas. Es hija de José María Ochoa Pile, un ingeniero hidráulico que le enseñó desde la formación geológica del entorno hasta la evolución humana, pasando por las guerras, y Ofelia Iturbe de Ochoa, terapista de lenguaje, que se esmeró en orientarla sobre el comportamiento de la sociedad caraqueña. Relata que siempre tuvo espíritu aventurero y que sus primeros años de vida fueron en la parte alta de Las Palmas, en la época en la que subía al Ávila con sus tres hermanos varones mayores que ella, en medio de cascadas, escarabajos y culebras. Su nombre, Nela Ochoa, es una referencia en la historia del arte contemporáneo venezolano.
Al Ávila íbamos sin adultos, con nuestro perro guardián Rinti, un maravilloso pastor alemán… Otra diversión de esa época era hacer carreras de caballo por la muy larga, empinada y solitaria avenida Maracaibo. Mi padre me prohibía montar a caballo cuando era muy pequeña, tendría 4 o 5 años, pero lograba escabullirme y seguramente terminó aceptando que yo era una buena jinete. ¿Mi nombre completo? Nunca lo digo, no me gusta y no lo uso. En mi familia a todos nos ‘clavaron’ José o Josefina, por la devoción de mi abuela Iturbe al santo. Un día mi comadre Carmen Cordovéz se enteró de ese segundo nombre y desde entonces me llamó ‘Chepa’ o ‘Chepita’. Solo a ella se lo acepté.
Cuando Nela cumplió 6 años, su padre comenzó a estudiar en el Massachusetts Institute of Technology y su mamá en el Emerson College, lo cual la llevó a vivir en Needham, un pueblo en las afueras de Boston, acompañada de sus tres hermanos y su niñera Ina, a quien atribuye que Ofelia haya podido terminar su carrera. En lugar del Ávila el paisaje era campo abierto y pantanos. No había caballos sino bicicletas.
Recuerdo un buen retrato que hice de Charles Darwin sin saber quién era. Algo me atrajo de esa mirada[/blockquote]
Creo que el primer estímulo lo recibí en mi colegio Academy of the Assumption, en Wellesley. Desde primer grado teníamos todas las semanas clases de pintura, con papeles gruesos de gran formato y gané un concurso importante a escala estatal. Ya de regreso en Caracas, mi madre se ocupó de que continuara. Me puso en clases con Mary Brand y me llevaba a casa de una tía de ella, Lola Iturbe, que pintaba y tenía un estudio muy acogedor, con un delicioso olor a óleo y trementina.
A los 7 años recibí un premio de arte en el contexto estatal de Massachusetts entre de cientos de niños. Era un retrato de mi madre junto a mí y mi hermano menor. No tengo nada guardado de mi infancia, mi madre no era muy dada a guardar y yo tampoco. Me gustaba hacer retratos de los que me rodeaban a lápiz. Seguramente duraban unos meses rodando y terminarían en la basura. Ya más grande recuerdo un buen retrato que hice de Charles Darwin, creo que ese aún se conserva en casa de unos familiares. Me asombra hoy día que he estudiado tanto la evolución humana haber hecho ese retrato sin saber quién era. Algo me atrajo de esa mirada.
La pulsión de dejar huella es algo que nos distingue de los demás animales[/blockquote]
Nela recuerda haber comenzado a investigar el mundo genético en 1994. En el 93 había inaugurado su primera individual Alter Altare, gracias al éxito de su obra Water Rituals, en la colectiva The Final Frontier, abierta en el New Museum de Nueva York. Ese mismo año creó grandes piezas que sólo podía exhibir cuando encontrase algún espacio para hacerlo, como el vitral De tripas rosetón, que hoy pertenece a la Galería de Arte Nacional y la video escultura Baños de sangre, de la colección del Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber. En 1999, la combinación científica y plástica se plasma en ADN8A en la Sala RG del Celarg, la primera exposición que mostraba obras directamente relacionadas con el tema de los cromosomas. Más de una década antes, en 1985, la artista había comenzado a intervenir radiografías.
Mi interés por la radiografías, por mirar ese cuerpo interno me llevo a coleccionarlas e intervenirlas, para mí fue normal pasar luego a las tomografías y resonancias y seguir hurgando cada vez más adentro, tratando de entender lo que nos hace humanos. Creo que de alguna manera los artistas de todos los tiempos nos hacemos las mismas preguntas. La pulsión de crear y dejar huella es algo que nos distingue de los demás animales. Quizás también es una manera de vencer la mortalidad de la que somos tan consientes.
Volviendo a los años de infancia, paralelamente a la plástica, surgió también un interés por el baile. En Needham fueron las primeras lecciones de tap, disciplina que descontinuó al regresar a Caracas por falta de una escuela especializada. En los setentas, ese gusto se transformó en una nueva pasión: la danza contemporánea.
Toulouse-Lautrec y Antonieta Sosa fueron mis primeros hilos conductores[/blockquote]
Caracas era una ciudad donde el arte y la arquitectura florecían, respirábamos modernidad. Descubro la danza contemporánea ya estudiando en el Instituto de Diseño, gracias a una presentación de Contradanza, el grupo de Hercilia López, y donde vi a Antonieta Sosa mostrando su trabajo integrando danza con escultura. Creo que eso fue un detonante para mí. También recuerdo muy joven haber leído una biografía de Toulouse-Lautrec y comenzar a interesarme mucho por su trabajo de carteles. Creo que allí encontraba también esa expresión corporal desligada del ballet, que nunca me atrajo, y una forma de arte muy libre en el trazo, el tema y la escogencia del modelo. Creo que Lautrec y Sosa fueron los primeros hilos conductores de mi obra.
Se gestaba lo que más adelante se convirtió en una forma de expresión multidisciplinaria…
No fue fácil trabajar en múltiples disciplinas simultáneamente en los 80. En esa época fui criticada e incomprendida. A veces los curadores se molestan cuando no encuentran como ponerle una etiqueta a un trabajo. Años después, esas fronteras terminaron por borrarse. Ahora todo vale. Cada día encuentro más artistas que me sorprenden y me inspiran, no le presto mucha atención a los nombre quizás porque los olvido muy rápidamente, pero guardo las imágenes y las reflexiones que me producen.
Sigo trabajando por la misma necesidad expresiva, pues creo en lo que hago[/blockquote]
El presente de Nela es en Tenerife, en una cotidianidad que describe sin sobresaltos, en un pequeño taller casero. Recientemente expuso una compilación de sus videos 1985 -2006 en el TEA (Tenerife Espacio de las Artes), un complejo arquitectónico que alberga el Museo Contemporáneo Instituto Oscar Domínguez, el Centro de Fotografía Isla de Tenerife y la Biblioteca Municipal Central. La selección es toda una referencia de su trabajo en un formato en el que aborda, esencialmente, las relaciones entre opuestos (vida-muerte, femenino-masculino), la violencia, el miedo, la genética y la anatomía humana… Todo un aval de su trabajo como pionera del videoarte.
Creo que casi todos los artistas de mi generación son bastante desconocidos para las generaciones actuales venezolanas y por supuesto para el mundo. Nosotros producimos en la era pre internet y esas obras quedaron fuera de la red en muchos casos. Diría que mi obra dialoga con la de Nan González y Alfredo Ramírez, entre otros en el ámbito nacional, y con el mexicano Rafael Lozano y Mona Hatum, de Beirut, en el internacional…
Esa selección de videos fue lo único que pude traerme a Tenerife. Estoy agradecida de estar aquí, sin perder tiempo buscando productos de primera necesidad, en un espacio amable. A veces voy a Madrid y aprovecho de ver más arte, pues acá solo el TEA tiene arte contemporáneo y hay pocas galerías. De cualquier forma, en Venezuela, viví los últimos siete años en Margarita, de tal manera que estar encerrada en mi taller y con poco contacto con el medio cultural es algo que no ha cambiado mucho.
Post Pretérito es el nombre de su muestra que itineró del Centro Cultural Chacao, en 2015, al Museo de Arte Contemporáneo del Zulia, y recientemente de nuevo a Caracas en Cerquone Projects. Jugando con la estructura condicional del tiempo verbal que da nombre a la exposición, Nela alude a lo que describe un futuro negado, la Venezuela que “podría haber sido”. A España se llevó en la maleta las telas de su obra aún inacabada Carne de cañón. La falta de materiales ha hecho que se enfoque en trabajar gráficas nuevas en su computadora. Con algunos familiares de su esposo, logró obtener tomografías y radiografías que pronto comunicarán otros mensajes. Las secuencias genéticas de las especies endémicas y en peligro de extinción ocupan su mente en estos momentos y, seguramente, derivarán en su nueva propuesta. En su obra, ciencia y arte seguirán dialogando y probablemente vislumbrando nuevos descubrimientos.
Sigo trabajando con la misma obstinación y por la misma necesidad expresiva, pues creo en lo que hago y sé que es absolutamente original mi visión del cuerpo y del universo genético. De tal manera que, aunque no tenga audiencia inmediata, estoy dejando una huella, un hilo conductor para el futuro. Mi obra fluye siguiendo los caminos naturales de mi investigación, que no cesa. A veces pienso en montajes de coreografías o videos, pero como eso depende de otros, es poco probable que pueda darse, de tal manera que mi trabajo se limita a lo que yo puedo hacer sola.
Creo que la misma pulsión que llevó a los aztecas a dejar huellas de sus investigaciones científicas grabadas en la piedra ha acompañado a la humanidad desde siempre. Somos la única especie consientes del tiempo, necesitamos entender el universo. Somos un vértice entre el pasado que recordamos y el futuro que imaginamos, quizás por eso necesitamos dejar huellas de ese instante que es nuestra vida en el tiempo.