Afinidades Afetivas: crónica de un encuentro perceptivo
En uno de los extremos del parque Ibirapuera, próximo al auditorio angular…
En uno de los extremos del parque Ibirapuera, próximo al auditorio angular concebido por Óscar Niemeyer, el edificio de la Fundación Bienal se alza anticipando a los asistentes un encuentro con diversas lecturas y aproximaciones a la pluralidad del arte.
Sobre un plano blanco, la cifra 33 en un impecable mural, nos indica que esta iniciativa educativa ya cuenta con más seis década de trayectoria, desde que se inaugurara su primera exhibición en octubre del año 1951, con la dirección artística de Lourival Gomes Machado.
La promesa de Gabriel Pérez-Barreiro de convocar, en un solo espacio, su propuesta curatorial sumada a la de otros siete artistas, inquietaba un poco a la audiencia. A algunos se les escuchaba hablar de “fragmentación”, pues como era de esperarse se trata de la álgida convergencia de ocho puntos de vista estéticos y creativos.
Precisamente, de eso se trata esta Bienal: de multiplicidad. Es el más firme y genuino deseo de hacer un refrescamiento al formato y catapultarlo hacia las nuevas necesidades comunicativas y educacionales que exige el público, consumidor o no de arte.
La amplitud de los espacios del Pavilhão Ciccillo Matarazzo (también concebido por Óscar Niemeyer), permite a la inquieta audiencia dispersarse, a su gusto, por una exhibición colosal. Algunos se dirigen hacia Sentido Común, la propuesta del español Antonio Ballester Moreno; otros escalan la rampa que conduce a la colectiva de la brasileña Sofía Borges.
Otros tantos se pierden fascinados entre las cajas de cristal que exhibe Kindergarten, o en la instalación Atenta, del español Rafael Sánchez-Mateos Paniágua, que si bien no hacen parte directa del proyecto de Gabriel Pérez-Barreiro, están ahí para fortuna del público, como iniciativas de la Fundación.
No bien dentro de los pasadizos de A infinita história das coisas ou o fim da tragédia do um (de Sofía Borges), los visitantes comienzan a percibir el sonido proveniente de voces, que rompe con el eco sordo del Pavilhão. Son cuatro tesituras vocales que conmueven y envuelven. Anuncian la primera performance que promete esta Bienal: Recital para um massagista.
El camino se extiende y las colectivas se mezclan con las individuales seleccionadas por Pérez-Barreiro, de las cuales destaca el oportuno homenaje a la brasileña Lucía Nogueira, en un laberíntico sistema expositivo, con algunas de sus enigmáticas creaciones; la provocadora muestra del guatemalteco Aníbal Ponce y los tapices del paraguayo Feliciano Centurión colgando a contraluz, seduciendo con sus colores y texturas.
Tras perderse entre laberintos como el de la colectiva Aos nossos pais de Alejandro Cesarco, videoinstalaciones de gran interés, como la de Tamar Guimarães o María Laet, el público asciende hacia las propuestas de Mamma Andersson y Waltercio Caldas, dos lecturas contrapuestas en cuanto a estilos y formas.
Es fresco y gratificante ver que el brasileño seleccionó para su colectiva piezas de Gego, Armando Reverón, Jorge Oteiza, Anthony Caro y Sergio Camargo, entre otros, además de una interesante selección de algunas de sus creaciones personales.
De regreso, es posible tener una nueva perspectiva del trabajo de Denise Milán, Vania Mignone y Luiza Crosman, así como lecturas cenitales, cortesía de la orgánica caminería concebida por Niemeyer para este Pavilhão, del trabajo de Nelson Félix y la colectiva O pássaro lento, de Claudia Fontes.
Abandonas la exposición, tus oídos se abren a los sonidos naturales del parque Ibirapuera. Atrás quedaron los ecos y repercusiones de estímulos artísticos y conceptuales, sólo te resta ahora el disfrute y la reflexión de lo percibido. El gusto empático que deja Afinidades Afetivas.