Alex Méndez Giner: “El cine es un experimento narrativo”
Dice haber nacido irónicamente en el lapso que ocurre una “imposible frontera”…
Dice haber nacido irónicamente en el lapso que ocurre una “imposible frontera” después del estreno de Una mujer bajo influencia, del estadounidense John Cassavetes y El hombre que vino de las estrellas del británico Nicolas Roeg; es decir, a finales de 1975. Su historia comenzó en Caracas y su encuentro con el séptimo arte en las tardes junto a su abuelo materno, Rafael Giner, un exiliado español con visión de futuro en la Venezuela de aquel entonces, aficionado al cine y la fotografía, que lo dejaba observar la edición de cintas caseras en formato Super 8, “bajo una gruesa nube de humo de tabaco”.
El cine siempre ha estado ahí. Funciones matutinas o vespertinas, solo o acompañado, enamorado o abandonado, siempre presente. Repetido mil veces y mil veces distinto. Cuando era muy, muy niño recortaba los personajes de aquellas tiras cómicas que venían encartadas en el periódico de los domingos y hacía cuidadosos collages en hojas de papel. Luego invitaba a mis primas adoradas a una función privada de cine a la que asistían ellas y sus muñequitas. Y allí, en la oscuridad del cuarto, iluminaba con una linterna, casi a la manera de una linterna mágica, la parte posterior del collage haciendo sombras curiosas y proyectando colores extraños en el papel. Esas imágenes eran hipnóticas y aquellas las mejores tardes.
Por otra parte estuvo el esposo de mi madre, Sixto Pérez, mi padrastro, quien tras haber cursado estudios de televisión en Londres había fundado una pequeña productora de televisión en el legendario centro comercial Los Cedros en Caracas. Allí, a muy corta edad, aprendería los conceptos fundamentales de la producción cinematográfica. También él fue el responsable de curar mi ingesta en cine de la semana: las funciones especiales en el Cine Prensa, los estrenos en el Cine Olympo, las visitas a la Cinemateca Nacional, las noches en la Sala Margot Benacerraf y por supuesto las visitas guiadas al video club.
Esos también fueron los memorables años del Betamax y los clubes de video, que proliferaban en cada calle de Caracas y eran el destino obligado de los domingos. Mis largas horas domingueras se llenaban con las tretas de Paul Newman y Robert Redford en El Golpe, los paisajes inacabables de Lawrence de Arabia, la majestuosidad de Kurosawa en Ran, la violencia, quizás prematura, de El Padrino y los números extraordinarios del Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia.
A la lista se suman muchas otras que han marcado su carrera, como El Color de la granada, de Sergei Parajanov, La Jetee, de Chris Marker, El Desierto Rojo, de Michelangelo Antonioni, Vertigo, de Alfred Hitchcock, Chungking Express, de Wong Kar-Wai, El Caballo de Torino, de Bela Tarr, Un condenado a muerte ha escapado, de Robert Bresson, A pleno sol, de Rene Clement, L´Atalante, de Jean Vigo, Persona, de Ingmar Bergman, El Conformista, de Bernardo Bertolucci, La Tierra Tiembla, de Luchino Visconti, Jeanne Dielman, de Chantal Akerman, Trenes estrechamente vigilados, de Jiří Menzel, Aguirre, la ira de dios, de Werner Herzog, y Sin techo ni ley, de Agnes Varda, entre muchas otras. Pero lo de mencionar a Cassavetes para referirse a su año de nacimiento no es gratuito. Es, sin duda, el autor que lo ha mantenido bajo su influencia.
Si debo indicar un único director cuyos esfuerzos me parecen admirables, inequívocamente debo referirme a legendario John Cassavetes, la encarnación de lo que significa ser un cineasta auténticamente independiente y sin duda quien abrió el camino para los cineastas que vendrían. De Cassavetes admiro su visión y destreza como director, pero quizás aún más admiro su esfuerzo incansable y sostenido a lo largo de toda una vida.
En Venezuela admiro profundamente la trascendencia de Araya, de Margot Benacerraf, la delicadeza de Fina Torres, la fuerza de Mariana Rondón y el talento de Lorenzo Vigas. Desde mi perspectiva el trabajo de estos realizadores recoge la verdadera esencia de lo que significa hacer cine, sus películas comunican con imágenes y no con diálogos y sus personajes adquieren extraordinaria densidad a través de sus acciones. De la filmografía latinoamericana admiro Memorias del Subdesarrollo, de Tomas Gutiérrez Alea, La Historia Oficial, de Luis Puenzo, La teta asustada, de Claudia Llosa, La Ciénaga, de Lucrecia Martel, y Ciudad de Dios, de Fernando Meirelles.
Como el cine, la literatura siempre ha estado presente en la cotidianidad de Alex. Cuenta que sus años de estudiante de Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello adoraba la poesía y los cuentos cortos, géneros que le permitían hacer sus propias incursiones sobre el papel. Una afición que no abandonó en sus estudios de posgrado: un Máster en Guión para Cine y Tv en la Universidad Autónoma de Barcelona y Master of Fine Arts en Cine en la Syracuse University, donde es docente de desde 2012 en la Facultad de Artes Visuales y de la Interpretación (CVPA), y donde obtuvo, en 2015, el reconocimiento como Profesor Excepcional.
No es gratuito su gusto por las historias breves tomando en cuenta que su filmografía se ha desarrollado, justamente, en cortometrajes: Centrípeta, de 2011; The Book of Judith, de 2015; Glue y Writer`s Block, ambos de 2017. Entre los reconocimientos que han obtenido estos trabajos se encuentra el Premio de la Audiencia para Centrípeta, en el 14 Festival Internacional de Cine de Shanghái, un festival clase “A” reconocido por la Federación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos (FIAPF), todo un logro para cualquier cineasta independiente, indistintamente de su procedencia. A eso se suma un recorrido de estas cintas por más de 100 festivales internacionales en un total de 25 países y, recientemente, la buena noticia de que Writer`s Block se llevó el Premio 2018 al Mejor Cortometraje de Ficción del Festival de Cine de Autor en Guadalajara, México. Una trayectoria que comparte con su musa, la actriz Sandy Siquier, quien se ha convertido también en su partner in crime.
Sandy es, parafraseando a Nazoa, mi pipa de espuma, la llegada del otoño y el color de las frambuesas. Sandy es más que mi musa, es mi compañera incansable, la brújula de mi existencia, el origen de todos los besos. Con su don de paciencia infinita Sandy lee todas las versiones de mis guiones, analiza y cuestiona, aprueba cambios y ordena reescrituras. El proceso creativo se vuelve conjunto y mucho más interesante. Al llegar al set, Sandy conoce a profundidad su personaje, los otros personajes y el significado del mundo de la película. Esto, definitivamente, simplifica el proceso de dirección y facilita la producción en general y luego simplemente disfruto tras la cámara de su talento actoral, de su compromiso con el personaje y de su seriedad en el set.
Pero Sandy también es una suerte de productora fantasma, que en muchos casos, o más bien en todos, coordina de manera directa o indirecta otras fases del complejo proceso que implica producir cine independiente. Hoy en día, después de veinte años de relación me doy cuenta que funcionamos como una dupla creativa en lo que al cine se refiere. Fuera del set nuestro amor se extiende infinitamente sobre nuestras dos hermosas hijas Rebeca y Verónica, ambas inteligentes y talentosas.
En cuanto al cortometraje pienso que es al cuento lo que largometraje a la novela. Esa diferencia, principalmente de duración, obliga a abordar los temas de manera distinta. Disfruto del cortometraje su constante invitación a experimentar y la posibilidad que me brinda de explorar ideas y estilos sin tener que responder a la demanda de la expectativa de los otros. Por lo general la audiencia espera del largo: la clásica estructura de tres actos con principio medio y fin. Sin embargo, al enfrentarse a un corto sospecha que lo que ocurre en la pantalla no necesariamente va a ajustarse a sus expectativas. Y me parece que esa disposición tácita del espectador abre las puertas a resultados extraordinarios. El largometraje, por su parte, permite la posibilidad de ahondar de manera más profunda en la psicología de los personajes y el tema último que interesa al cineasta. En la actualidad me encuentro desarrollando un guión de largometraje con la intención de producirlo en 2020.
El planteamiento temático de The Book of Judith –una viuda que vive aislada recibe la inesperada noticia de un hombre cuyo vehículo se queda sin gasolina- permite describir los intereses de Alex en su obra, o más bien sus obsesiones: lo que el define a partir de esta película como una marcada escisión entre lo interno y lo externo, lo público y lo privado, lo consiente y lo inconsciente.
De una u otra forma todo mi trabajo está conectado. Llueve explora un frágil equilibrio emocional entre una mujer y tres hombres unidos en circunstancias extremas. Muchas personas recuerdan Llueve por su ausencia de diálogos y la fuerza expresiva de las actuaciones, así como por la maravillosa dirección de fotografía de Raoul Held.
Centrípeta, juega con la idea de un universo cerrado en donde los personajes no logran escapar a sus circunstancias. Tiene una estructura de tragedia griega en miniatura, de la peripecia (peripeteia) al reconocimiento (anagnórisis). El destino termina por quebrar cualquier posibilidad de movimiento fuera del círculo.
The Book of Judith es quizás mi trabajo más íntimo. Siento que mi relación con el cine logró un nivel de conexión no solo muy particular sino superior durante el rodaje de este corto. Funciona como una intersección de varios cuentos populares: Vasilisa, la hermosa; La Caperucita Roja y obviamente el antiguo texto hebreo de El Libro de Judith. La idea fue utilizar los cuentos populares como un recurso para penetrar la compleja psicología del personaje de Judith. Writer’s Block es un juego dentro del género del horror. El corto resuena con los temas de la literatura gótica: el temor a la sombra, el doble perverso y la personalidad dividida. Todo en Writer’s Block es exagerado y constantemente llama la atención sobre sí mismo.
Ahora me encuentro terminando la post-producción de un ensayo cinematográfico, aún más inclinado sobre la línea experimental, que explora la inmigración desde una perspectiva intensamente personal. Aunque reconozco que todo trabajo artístico es político en algún grado, mi idea no es documentar procesos o políticas migratorias de aquí o de allá, sino más bien explorar mis observaciones, experiencias y sentimientos como inmigrante.
Para Alex el cine es un diálogo, no necesariamente escrito, una relación que pone a construir el lenguaje entre varios creadores –y posteriormente con el público- producto del complejo proceso creativo. Pudiera intuirse que, para él, tiene cierta función terapéutica no atada a moralismos ni panfletos y que su discurso se inscribe en lo que aseveran muchos realizadores: que el cine podría resumirse a esa escena que queda en la mente del espectador después de que termina la película.
El cine, el cine auténtico, es un constante experimento narrativo. Es la posibilidad de incluir al espectador en un viaje íntimo por ideas y sensaciones que se revelan de manera alegórica en las imágenes. Me inclino por las ideas de Pasolini en su texto Cine de la Poesía (1965) en el que propone la posibilidad de un discurso indirecto en el cine. Por una parte el cineasta adopta el lenguaje y la psicología de los personajes, quienes a cambio se vuelven expresión del realizador; por otra, el realizador crea signos a partir del caos desarrollando un estilo formal y por ende una perspectiva particular con la cual observamos el mundo de la película.
Los significados en última instancia se revelan de manera alegórica en el mundo visual. Mi objetivo ha sido crear una experiencia visual que le permita al espectador transitar por el mundo de la película hasta volverse uno con él. Me anima la posibilidad de que las imágenes resuenen con el espectador una vez terminada la proyección. Que de pronto, en silencio, mientras comes, duermes o te bañas te asalte la memoria de lo que viste, que la imagen hable contigo cuando tú, tu conciencia, no está presente para filtrar su contenido.
Celebro la honestidad, creatividad y frescura de nuestras historias en Latinoamérica. Tengo la certeza de un futuro brillante para nuestro cine. Sin embargo, reconozco que la actividad cinematográfica requiere no sólo de inversión en producción sino también en educación. Pienso que un buen plan de desarrollo cinematográfico puede producir no sólo extraordinarios resultados artísticos sino también importantes triunfos económicos, ya que la producción cinematográfica requiere de una fuerza laboral muy variada y muy extendida, sin tomar en cuenta todos los servicios que ese mismo personal activa en cada producción. En lo personal mi único objetivo es continuar, filmar otro proyecto y luego otro más, y otro, y otro, y otro…