La cruda intimidad
Todos los caminos llevan al cuerpo Es probable que el ser humano…
Todos los caminos llevan al cuerpo
Es probable que el ser humano –en su primer instante consciente– mostrara una necesidad imperiosa de explorarse. Al igual que el mundo que lo rodeaba, él mismo era un enigma, un ser fragmentado en partes igualmente desconocidas. Con el primer movimiento vendría la sorpresa de saberse un individuo. Entraría en contacto directo con un Universo de incógnitas que, a pesar de captar su atención y curiosidad, no limitarían su necesidad de definirse.
De esa pequeña espina nace uno de los motivos más fértiles en el arte: el cuerpo humano. Ya en la antigüedad clásica, era un tema privilegiado en las distintas manifestaciones a pesar de que su percepción y posterior representación no era del todo pura sino que estaba sometida a determinadas influencias.
Para los griegos, por ejemplo, la armonía y proporción de las partes era necesaria. Sus primeras reproducciones escultóricas del cuerpo humano delatan la presencia de estos dos conceptos fundamentales aunque desde un punto de vista sumamente matemático. Más tarde, en el siglo IV a. C. Policleto fijaría un precedente, encarnando ambas ideas en sus realizaciones:
En el canon de Policleto, en cambio, ya no hay unidades fijas: la cabeza es al cuerpo como el cuerpo es a las piernas, etcétera. El criterio es orgánico: las relaciones entre las partes se determinan según el movimiento del cuerpo, el cambio de la perspectiva y las propias adaptaciones de la figura a la posición del espectador. En un fragmento del Sofista de Platón se nos explica que los escultores no respetaban las proporciones de un modo matemático, sino que las adaptaban a las exigencias de la visión, a la perspectiva desde la que se contemplaba la figura.
Con ello, la valoración del cuerpo y su reproducción ideal en el arte abandona la rigidez propia de la precisión matemática y se deja seducir por el equilibrio de las partes en movimiento. Se instituye la desnudez como la forma más acertada de explorar los ideales de belleza ya que sustrae a la figura humana, la devuelve a su estado natural y, al mismo tiempo, sumerge al artista en una completa sinceridad de las formas; lo enfrenta a una verdad que, quizás, solo él tendrá la oportunidad de conocer a detalle, una verdad que luego podrá transformar a su antojo gracias a su don creador. El resultado final es el cuerpo enaltecido, una imagen que conduce a experiencias artísticas elevadas por medio de la omisión de todo aquello que pueda ser objeto de censura y que establece un diálogo cercano entre el artista y el espectador a través de una búsqueda común.
El desnudo hoy
Cuando, despojado de la ropa, subíase a la tarima del modelo, asumía a los ojos de los estudiantes proporciones inconmensurables. Desnudo crecía. Adquiría una alteza espectacular de ilímites proporciones para los alumnos que lo miraban con los párpados entrejuntos lamiendo con la vista los variables secretos de su armoniosa contextura.
Una de las características inherente al desnudo es su componente erótico. En la imagen del cuerpo humano desprovisto de cualquier accesorio prevalece su valor natural como objeto de deseo capaz de generar atracción en el espectador, según sean sus gustos. De su cercanía con los impulsos sexuales vendrá la admiración por el género, pero sobre todo, la reprobación por parte de la moral puritana del momento.
Así, su ejercicio también resulta en polémica y divide su historia en dos momentos. Por un lado, el desnudo en las artes tempranas (escultura, pintura, etc.); por otra, su incursión en artes más recientes (cine, fotografía, etc.). En un primer momento, encontramos una clara separación entre el objeto y el resultado de la intervención. El artista, como ya se ha dicho, optaba por elidir cualquier indicio de vulgaridad. La mímesis se cumplía, sí, pero en favor del ideal estético preponderante. En el segundo de los casos, hay una encrucijada: la fotografía y el cine –al menos en un sentido literal– parecen no imitar, sino captar la imagen exacta del objeto en cuestión. Por lo tanto, no es ya el cuerpo ideal sino el cuerpo real el que observamos.
No obstante, entre las manifestaciones artísticas más recientes, la fotografía tiene especial importancia porque resume el proceso de captar el ideal a un simple disparo de la cámara. Con ella tiene lugar un bombardeo de imágenes que celebrar el cuerpo en pro del consumo de las masas. Todo este auge inicia en la primera mitad del siglo XX, con la revolución sexual, y continúa gestándose hasta nuestros días. Del mismo modo, el cine fue un detonante. Es así como se abandonan las viejas formas y se instituye un nuevo ideal de belleza:
Como parte del proceso de ruptura de cada época con modelos anteriores, en la nuestra se ha sustituido frecuentemente a la mujer por el hombre, colocándolo en el lugar que usualmente ocupaba ésta en las representaciones de figuras displicente y cómodamente arrellanadas. Pero no es un ejercicio de provocación gratuita: el cambio se entiende cuando recordamos que se trata de vender en una sociedad de consumo; dado que las mujeres no sólo tienen ahora un mayor poder adquisitivo sino que representan un porcentaje mayoritario en muchos sectores del mercado, resulta propicio que el que se tienda ahora de manera apetecible para el sexo opuesto sea el varón.
En otras palabras, el gusto de nuestra época –en comparación con el pasado– favorece la figura masculina antes que la femenina. Todo esto es consecuencia, como ya hemos dicho, de la liberación sexual que ha buscado, entre otras cosas, romper con los paradigmas propios de nuestra cultura patriarcal en busca de un modelo más justo. Al mismo tiempo, obedece a la necesidad que el ser humano tiene de reinventarse, de innovar y de buscar otras formas de ver el mundo.
Como hemos visto, todo ideal encuentra un sustituto en lo sucesivo. En la actualidad, ese cambio ya está signado por la tendencia hacia lo digital que permite, entre otras cosas, facilitar el proceso de edición del objeto captado y arroja un resultado depurado a través de la sensibilidad del artista como ocurría con la pintura y la escultura en épocas pasadas. En ese sentido, nos alejamos nuevamente de la realidad en favor de un ideal. Estamos, quizás, frente a una nueva visión trasgresora del orden que poco a poco rompe con las representaciones para fundar nuevos paradigmas.
Umberto Eco (2007). Historia de la belleza. Barcelona: Lumen: Pág. 74-75
Fragmento del cuento “Marcucho el modelo”, de Leoncio Martínez.
Isabel Justo. La representación contemporánea del cuerpo desnudo: El objeto sexual en el cambio de siglo XX al XXI. Olivar nº 16 – 2011