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María Rivas: “Soy un milagro de la ciencia y de la fe”

Quien escribe estas líneas vio por primera vez a María Rivas en…

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María Rivas celebra 35 años de trayectoria y una nominación a los Grammy Latinos 2018. Accesorio “Una Burke”. Vestuario Calvin Klein. Foto: Foto: Andrés Landino @alandinostudio

Quien escribe estas líneas vio por primera vez a María Rivas en un concierto que diera en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela. Corrían los noventas y, en medio de la avasallante onda pop y electrónica, y una suerte de rezago de los ídolos venezolanos de los dorados ochentas, llamaba la atención que irrumpiese en la escena local una cantante de jazz. Llamaba la atención no sólo por el género, que se abría paso al margen de lo más mainstream de Billboard, sino por sus originales letras, cantadas en fusiones con otros ritmos tanto venezolanos como foráneos.

No tardó la audiencia, por ejemplo, en entonar el coro de El motorizado, coqueteo con la salsa en el que hablaba de su propio hermano y el oficio que éste tenía, que entonces no era tan común como ahora, aunque fuera justamente un accidente de moto la que la dejase de reposo en cama durante cuatro meses. Sorprendía también con Hasta cuándo, lírica de denuncia ambientalista que ya la había hecho merecedora del premio William H. Phelps, de manos de la renombrada conservacionista australiano – venezolana Kathy Phelps.

En Hasta cuándo, María reclama enérgicamente la indolencia del venezolano ante el evidente deterioro ambiental producto del comportamiento negligente, enfatizando en el tema que todo seguía igual 30 años después de que ella había nacido, en los sesenta. Con el mismo coraje se le veía reclamar a algún espectador molesto que sabotease su performance con gritos imprudentes, en una década muy lejana a la de los teléfonos inteligentes. Capítulo aparte merece El Manduco, tema de Gilberto Simoza al que ella le agregó la pegajosa estrofa que habla de “la comadre Josefina”, todo un furor en la audiencia latinoamericana. Pero la historia no comienza aquí.

María Rivas nació el 26 de enero de 1960 en la parroquia Candelaria, de Caracas, y se crió en la urbanización La Florida, de la misma capital. Estudió primaria en un colegio con un nombre premonitorio en eso que quizá ella luego se convirtió: Promesas Patrias. Es hija del criollo José Miguel Rivas Núñez y la española, de Galicia, María Asunción Castro Durán, quienes se conocieron en Macuto en plena caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, en el 58, y vivieron su idilio en las bondades arquitectónicas que para entonces embellecían Caracas, como el Hotel Humboldt, donde se hospedaron no pocas veces. De la misma unión nació, 11 meses después de María, José Miguel Rivas, el de la moto.

Un accidente de moto dejó a María Rivas con un reposo de cuatro meses. Tiempo que aprovechó para aprenderse un disco de Elis Regina y planificar un nuevo concierto. Accesorio “Una Burke”. Vestuario Calvin Klein. Foto: Andrés Landino @alandinostudio

Yo sufrí del complejo de Electra, estaba enamorada de mi papá. Porque era un hombre demasiado culto, un caballero. Decía que en la vida había que ser elegante en todos los pasos que se daban, desde los más triviales hasta los más importantes, como Fred Astaire… Y se sabía todas las historias de los artistas de Hollywood. Trabajó en la Escuela de Medicina Vargas, en San José, al lado del Panteón Nacional, y fue por esa zona donde conoció al maestro Pascual Navarro, que perteneció al grupo de los Modernos en París. Crecí inmersa en la bohemía de los pintores desde pequeña y luego de adolescente. Y mi padre siempre nos inculcaba el gusto por la música. 

Yo sufrí del complejo de Electra, estaba enamorada de mi papá, que era un hombre demasiado culto y decía que en la vida había que ser elegante en todos los pasos que se dan, como Fred Astaire [/blockquote]

En ese gusto paterno por la música llegó a casa de los Rivas Castro, en 1972, un equipo nuevo de cassette y tocadiscos. Y fue estrenado con dos voces brasileñas que cautivaron el oído de María: las de Antonio Carlos Jobim y Astrud Gilberto. También había en la selección una producción de Aldemaro Romero y su Onda Nueva junto a la Orquesta Filarmónica de Londres. Aquella niña que estaba más ganada a la idea de convertirse en dibujante comenzó a voltear la mirada al canto, gracias a aquellos grandes cantantes.

María Rivas tuvo una infancia rodeada de grandes maestros de la plástica, los cuales sin duda influenciaron en su gusto por el dibujo, su otro oficio. Foto: cortesía María Rivas

Yo tenía cassettes repletos de la música de Gladys Knight, los Bee Gees, los Carpenters y Los Cuñados, de Alí Agüero. Con todos ellos me di cuenta de que podía cantar. Pero cuando llegó a la casa un disco de Barbra Streisand me volví loca. Me dije: ‘yo quiero cantar así’. Y me hizo desviar la atención del diseño gráfico y el dibujo, que era a lo que tenía claro que quería dedicarme. Mi formación es autodidacta, pero siempre digo que mi maestra fue Barbra Streisand, porque la escuchaba día y noche con audífonos y me fijaba dónde respiraba. Imité su técnica y eso me dio mucha instrucción.

Con José Miguel, mi hermano, descubro el mundo de la salsa brava, gracias a sus amigos motorizados que eran casi todos office boys. Mi hermano en esa época se parecía mucho a Luis Miguel, era un catire bello que estudiaba en La Salle La Florida, pero que se relacionaba con todos los estratos, como lo hacíamos todos en la familia. Eran otros tiempos. 

Mi maestra fue Barbra Streisand, porque la escuchaba día y noche con audífonos y me fijaba dónde respiraba. Imité su técnica y eso me dio mucha instrucción [/blockquote]

El año 1977 fue decisivo para María. Ya trabajaba como dibujante de patrones en la tienda por departamentos Sears, siguiendo una afición por la moda y el diseño que le venía de los genes maternos. Y llegó el tiempo de tomar la gran decisión en torno a la música. Lo hizo gracias al Festival de la Voz Juvenil de Radio Capital 910 Am, con Gustavo Pierral, donde obtuvo el segundo lugar con la canción Así eres tú, bajo la dirección de otro maestro venezolano: Carlos Moreán. Comenzó una pasión por el canto y la composición que, desde entonces, no se ha detenido, al margen de sus obras plasmadas en papel. En 1983 comienza a cantar profesionalmente, un momento que no llegó a ver su papá, fallecido un par de años antes.

María junto a dos maestros, Eduardo Marturet y quien marcaría su carrera definitivamente, Aldemaro Romero. Foto: cortesía María Rivas

Luego de haber cantado mucho en las fiestas de la familia, me atrevo a cantar públicamente en el hotel Macuto Sheraton. Me aprendí unos temas de jazz sugeridos por un contrabajista, Michael Berti, que por cierto se dice que es el catire de la canción de Aldemaro Romero. Me aprendí estos temas y me salió un trabajo en el Gala, quizá el primer pub in de Las Mercedes. También en El Parque, el famoso punto de encuentro de  Parque Central y participé en un grupo de chicas rock que se llamaba Diva, dirigido por María Eugenia Ciliberto, luego firmada por Sonográfica. Comienzo haciendo coros a artistas conocidos de los ochenta como Colina y Luz Marina. Luego sucede que me convertí en un producto independiente. Pero tuve un accidente en moto, muy grave. Casi pierdo una pierna; de hecho, tengo una prótesis de metal de 30 centímetros. Y en ese lapso de cuatro meses acostada me aprendí un disco de Elis Regina, una de las más grandes de Brasil. Para el momento del accidente yo llevaba el casette en la moto y se destruyó. Y luego una corista que trabajaba conmigo me trae de regalo ese cassette de Elis Regina, ella no sabía que yo lo escuchaba. Y me dedico a pensar que apenas me recupere voy a hacer un concierto con los temas de Elis Regina. Y lo hice. En la Sala de Conciertos del Ateneo de Caracas. Fue tan exitoso que ahí conocí a Aldemaro Romero y comencé a trabajar con él.  

Comenzó entonces el idilio musical entre María y Aldemaro, tanto que se dice que ella es una de sus musas. Con el tiempo vinieron contratos para trabajar fuera del país, así como giras de verano por toda Europa y la producción de lo que hoy conforma una discografía que comenzó en 1990 y de la cual resuenan Primogénito, Manduco, Café Negrito, Aquador y Pepiada Queen, bajo alianza con figuras clave de la escena como Gerry Weil y el productor de toda su discografía Miguel Chacón. En medio de esta prolífica carrera surge la oportunidad de irse a vivir a Japón a cantar todas las noches (menos una de descanso) en el hotel Grand Hyatt, de Tokio, una aventura que duró cinco años, desde 2006 hasta 2011, con temporadas de conciertos que duraban entre cuatro y seis meses.

Cuando estuve en Tokio Aldemaro murió. Entró en coma en 2007. En esos días yo había tenido un sueño con un familiar mío, un ancestro que me avisa que alguien cercano a mí estaba por morir y que se estaba preparando una fiesta en el más allá para recibirlo. Y esa misma noche me llama la esposa de Aldemaro y me dice que él despertó del coma y me mandó a avisar que se iba. Me marcó. Desde entonces aprendí de la cultura japonesa el respeto por los ancestros y, siendo católica cristiana, comencé a desarrollar una devoción muy especial por el sintoísmo, la religión japonesa que venera los elementos, el agua, el sol, el viento, la tierra. 

María Rivas y una foto conceptual con la que quiso reflejar una visión distinta del cáncer y su proceso de quimioterapia. Foto: cortesía María Rivas

El 2011 fue mi último año de ir a Tokio. Ninguna cantante quiso ir a cantar allá luego del terremoto de Fukushima, el tsunami y toda la contaminación que generaron. Me llevé filtros especiales de agua y un sinfín de vitaminas y minerales. Pero al culminar ese contrato, justo dos años después, me detectaron cáncer. Se me fue a los pulmones, los senos y los ganglios. No me quise operar. No me gusta mutilar el cuerpo. Creo en el poder de las glándulas para curarlo. Si esa era la opción prefería irme.  

Me salvaron dos cosas: el tratamiento con sistema inmunológico artificial, Premio Nobel de Medicina, y mis plegarias a la Virgen de Bosnia [/blockquote]

Su espíritu ecologista siempre ha ido junto a su don para la composición. Su tema Hasta cuándo la hizo merecedora del premio William H Phelps por la denuncia ambientalista que contiene. Acá posa unto a su sobrina Sofía en el jardín de su casa. Foto: cortesía María Rivas

Esto coincidió con la invitación que me había hecho el Latin Grammy para que fuese la diseñadora de todo el concepto gráfico de la edición 2014 del premio, en Los Ángeles. Pero terminé en el Baptiste Hospital de Florida, donde siento que me salvaron dos cosas: el tratamiento con sistema inmunológico artificial, un experimento que este año se ganó el Premio Nobel de Medicina y que estuvo a cargo de un equipo de médicos entre los que se cuenta a un venezolano: Luis Miguel Vence y el doctor James P. Allison. Fui la primera paciente en recibir ese tratamiento.

Lo otro que fue decisivo, cuando supuestamente faltaban días para morirme, estando en Miami, me puse de rodillas frente al mar y le hablé a la Reina de la Paz, Virgen de Bosnia. Le dije: ‘Yo nunca he creído en ti, pero guíame’. Al día siguiente fue ella quien me llevó a las personas que me curaron. Eso enfatizó mi creencia. Gracias a Dios soy un milagro vivo de la ciencia  y de la fe.

Actualmente estoy preparando un libro de bolsillo que se llama María Fénix, cuya intención será ayudar al paciente oncológico a sobrevivir a la dureza de la quimioterapia. El libro irá acompañado de unos audios de psicoimunología con mi voz y música instrumental de mi hijo Jeremy Loscher. 

Este año, el Grammy volvió a aparecer en la vida de María, pero esta vez con la noticia de que está nominada por su nuevo trabajo, Motivos, en la categoría de Mejor Álbum Tropical Tradicional, en la que compite con figuras como Omara Portuondo, Rubén Blades, Carlos Santana y El Canario. La gran impulsora de Motivos fue Leana Bresnahan junto a su esposo Ken Bresnahan,  amigos de toda la vida de María quienes le prestaron un apoyo invaluable mientras se recuperaba de la enfermedad. Son ellos quienes crean Angel Fall Artists Inc, para promover el segundo debut de la artista como esa María Fénix que da título a su libro.  La idea tomó forma con Miguel Chacón y Andrés Landino, grandes ejecutores de esta nueva entrega musical.

Café Negrito es apenas uno de los álbumes de María Rivas en los que siempre están presente sus raíces venezolanas fusionadas con jazz y otros ritmos foráneos y locales. Foto: Carlos Marques

Hay partes del disco en las que puede decirse que, literalmente, canto con el alma y el corazón porque no tenía fuera en los pulmones, luego de haber vivido cuatro meses con un pulmón artificial. Este disco está dedicado a Ítalo Pizzolante, por supuesto, a Aldemaro Romero y a Juan Vicente Torrealba; de hecho dos de los tracks de este álbum son de su hijo Juan Carlos Torrealba. Son 13 temas, 13 nostalgias que me animaron a grabar Miguel Chacón y Andrés Landino. Estar nominada me hace abanderar una posición que es una maravilla.

Maravilloso va a ser también poder volver a escuchar a María en el concierto, entrada libre que tendrá mañana en le Concha Acústica de Bello Monte, a las 5:00 de la tarde, con un concierto que lleva por nombre algo que representa lo que ha hecho desde aquellos noventas: Un regalo musical para Caracas. Que sean más los regalos y las nostalgias.

 María Rivas Jazz

 @mariarivasmusic