In Memoriam

In Memoriam: Sofía Imber

Ella sigue viva, como vivos sus sueños, ideales, posturas, inquietudes y planes….

Por: Jorge Limón
Sofía Imber por José Vívenes
Sofía Imber por José Vívenes

Sofía Imber por José Vívenes

Sofía Imber. Foto: Ricar2

Ella sigue viva, como vivos sus sueños, ideales, posturas, inquietudes y planes. Y lo decimos en serio: nunca habíamos sentido tan de cerca los soplidos de la vida como cuando esta venezolana nacida en Rusia (¿o esta rusa nacida en Venezuela?) extendió sus brazos al compás del infinito y nos dio la bienvenida. Solo el rostro y los pasos denotaban cómo el tiempo la había insuflado. Solo la luz que brotaba de sus muñecas azulencas –como si fueran rayos milagrosos– asomaba la reciedumbre de los ochenta y cinco años que estaba por cumplir . Porque lo demás, aquellos ojos de una dulzura furiosa, aquella mente veloz que recreaba entorno suyo un remolino de arrestos plagado de un rimero de rápidos pensamientos, jamás denotó no vigencia. Pues sucede que Sofía Imber Barú, la primera mujer en recibir el Premio Nacional de Periodismo, nos decía, a cada brinco rabioso con que salían sus frases, que nunca había dejado de mantenerse en sus trece. Nacida el 8 de mayo de 1924 en Soroka, Rusia, dentro del seno de una familia sensible a la cultura, cuyo padre era un  incompetente para los negocios –como dirá más adelante– pero que acometió la egregia tarea de reforestar Cotiza y El Pinar, y una madre similar a una generala, llegó al litoral central con apenas tres años. Y apenas bajó del vapor perteneciente a la Hamburg-American Line, se dio cuenta de “lo horrible que era La Guaira”. E, ironías mediante, vinieron huyendo de la persecución que los comunistas ejercían sobre la gente de su religión y cultura: la judía. Precedente que devendría en una situación económica familiar extremadamente precaria, pero que con el transcurso de los días alcanzaría las flexibilidades (pero también los esfuerzos) que les permitirían a ella y su hermana mayor estudiar, formarse y acariciar pedestales: Lya Imber de Coronil fue nombrada la primera mujer –el género parecía marcarles un futuro– en graduarse de médico en Venezuela. Sofía sería una aventajada estudiante en su escuela y bachillerato, demostrando desde muy joven sus dotes periodísticas y artísticas. Durante los años 40, estudió tres años de medicina en Mérida antes de retirarse a Colombia con sus padres, y volver a Caracas. Luego se hizo una periodista respetable, aguda, mordaz, e instauró cánones de cómo hacer este oficio sin coquetearle a los acomodos. “Buenos Días”, “Sólo con Sofía” y “La Venezuela Posible” trazarían las guías para el periodismo informativo, televisado, que conocemos hoy día. Primero casó con Guillermo Meneses, luego con su colega Carlos Rangel; colaboró en varios artículos de periódicos y revistas de Venezuela, México, Colombia y Argentina por más de 50 años. No obstante, el MAC sería su obra cumbre, fundado y dirigido por ella desde 1973 (para luego recibir, en 1991, el nombre de Museo de Arte Contemporáneo Sofía Ímber, MACSI), mismo donde todavía se exhibe una colección permanente de alrededor de 4.000 obras, considerada la mejor serie de arte contemporáneo de América Latina; esto a pesar que por decreto presidencial fueran removidos su cargo y su nombre. Por gracia, pero también por méritos, Sofía, la de la mente danzante y los ojos brillantes, se mantiene elevada por encima de sus propias circunstancias. Ella, la que aseguraba que una obra de arte latinoamericana no es particular porque sencillamente no existe la particularidad; que en lo primero que se fijaba de una persona era en sus ojos; que el dinero era bueno tenerlo y peligroso desearlo; que nunca salía de casa sin llevar teléfonos, relojes, papeles, lápices y una cámara fotográfica que, aunque no le servía para nada, ahí la tenía. La experta que aseguraba que comprar una obra de arte fea es un acto de valor; a la que le gustaría poder hacer algo por el país, “que me dieran chance de hacer algo más por Venezuela”. La que pensaba que el mayor premio que uno puede recibir es a veces no recibirlo. La que nunca pudo aprender a ser sociable, ir a fiestas; y quien podía escuchar mil veces que le hablaran mal o bien de ella. Quien jugueteaba con el concepto de soberbia al decir que “eso es como cuando uno se cree gordo de cosas. Es bueno ir al médico a enflaquecer”. Sofía, a quien le molestaba el ruido, la gente que hablaba alto y tantas otras cosas. Sofía, la que cuando se le preguntó si le habían prohibido algo, espetó: “¡Prohíbo!”. Sus hijos la adoraban. Sus nietos también. Lo mismo sus perros, sus asistentes, mayordomos, domésticas. Más esa blanca casona desde donde divisa el horizonte caraqueño, el panorama todo venezolano, y sabe que la inmensidad de este país es suyo. Como nuestros igualmente sus sueños, ideales, posturas, inquietudes y planes.

“Yo quiero que el fuego me acompañe aun en las cenizas”[/blockquote]

Sofía Imber. Foto: Ricardo Gómez-Pérez

Vamos a empezar esto para no prolongarlo mucho.

No, ¿y por qué? Lo que sea necesario.

Pensé que tenía algo qué hacer.

Esto.

¿Recuerda algo de cuando llegó con tres años a Venezuela?

Mucho. La llegada del vapor. La ida en el vapor. Recuerdo el nombre: Hamburg American Line. La bajada a La Guaira. Lo horrible que era La Guaira. Lo sucio, pero creo que menos sucio que hoy.

¿Qué representaron para usted esos tres años de estudios en medicina?

Muchísimo. Me gustaba muchísimo. Tampoco significó una cosa espantosa haberlos dejado porque inmediatamente surgió el periodismo que me gustó, que me gusta y que me gustará cuando esté por ahí, vagando por ahí . Siempre. Ese es mi oficio.

¿Por qué mudarse al periodismo?

Por cuestión económica. Nos fuimos para Bogotá, ahí no se podía estudiar periodismo porque no se correspondía con los años. Pero decir esa cosa que fue el gran trauma de mi vida, no, no. Además, yo creo que ejerzo la medicina ilegal: en el fondo, la medicina y el periodismo son la misma cosa. Es el contacto con el hombre. Es el diálogo. Tú cuando estás viendo a un enfermo, lo estás dialogando. Entonces yo creo que cambió por lo mismo.

¿Cuál es el artículo que más satisfacciones le ha traído?

¿Artículos de escritorio? Risas. ¿Artículos de prensa? ¿O que me hayan hecho a mí? Más bien es el que me gustaría escribir ahora.

¿Cuál es el que quisiera no haber escrito?

Muchos. Y quizá ninguno porque en el fondo es lo mismo. ¿Estoy hablando muy bajo? Es que yo hablo muy bajo.

Sofía Imber. Foto: Ricardo Gómez-Pérez

“Buenos Días” marcó un hito en la historia del periodismo televisivo, incluso del periodismo en sí. ¿Cuál fue la fórmula del éxito?

La seriedad con la cual se trabajaba, la ética y el gran respeto por el público y por el invitado. Esos factores hicieron que “Buenos días” fuera un programa serio, y que el que no iba allí, no estaba in. Inventaban haber ido. Tuvimos que hacer unas barajitas –¿se dice barajitas?– que decían: “Este programa es totalmente gratuito y solo son invitadas las personas que son requeridas”.

¿En qué se diferenciaba “Sólo con Sofía” de “La Venezuela posible”?

Bueno, cada formato era diferente. “Buenos días” éramos Carlos (Rangel) y yo, y sobre todo era un programa diario, político, que correspondía al quehacer del día (era a las 6:00 am). “Sólo con Sofía” era un tema que fue lo que rompió también otros cánones: por ejemplo la frigidez (cosa que no se tocaba), el aborto, con invitados de altísima calidad profesional y un público muy interesante que venía solo. El formato era así: yo en el medio, las personas (por ejemplo, el Padre Ugalde) que iban a contestar, y el público. Muy, muy bueno; muy agradable, muy serio. Es la única vez, yo creo, que tenía más rating que la novela.

¿Qué siente cuando recuerda que una sala de investigación más una cátedra de periodismo llevan su nombre bajo los aleros de la UCAB?

¿Qué siento? Yo no siento nada. Me lo pusieron, pero yo no siento nada. Me honra mucho, me gusta mucho que el oficio que yo hago sea estimado.

¿Y qué sintió cuando su obra cumbre, el MACSI, dejó de llamarse así?

Dejó de llamarse así porque fue un acto fachista, muy parecido a “La noche de los cristales” de Hitler, fue como cerca de las 12 de la noche: se cantaba, se rompían pedazos del nombre, y yo por supuesto no estaba ahí. Pero me pareció que era un acto fachista, espantoso, horrendo, pero no porque era contra mí, sino porque mi país avanzaba cada vez más en el machismo, en la falta de libertad de expresión y en los actos más horrendos que le pueden suceder a las personas que trabajan. Fue feísimo, me contaron.

Muchos laureles adornan su trayectoria: Premio Nacional de Periodismo, la “Medalla Picasso” que otorga la UNESCO, la Legión de honor en grado de Chevalier del gobierno francés, la orden Isabel la Católica en su mayor grado del gobierno español… ¿cuál es su favorito?

Por cierto, que el Premio de Periodismo tiene una cosa, digamos, anecdótica que ahora se da por deporte, por periodismo informativo. En aquel entonces era un solo premio. Ese premio me lo gané yo, y era la primera mujer que se lo ganaba. . Ahora, el favorito es el que recibo en ese momento, y especialmente dado por una institución con la que realmente uno se sienta bien, que se sienta orgulloso. Imagínate que me diera un premio Chávez, ¿qué haría yo? . Para empezar, no me lo daría.

Sofía Imber por José Vívenes

Sofía Imber por José Vívenes

¿Sofía Ímber es una venezolana nacida en Rusia o una rusa nacida en Venezuela?

Yo soy venezolana.

¿Qué hacía de pequeña?

Fastidiaba a todo el mundo. No, eso no. Yo creo que, sobre todo, leía.

¿Qué puede contarnos de su padre?

Un padre normal, exigente; acuérdate que no era venezolano de nacimiento. Y es bueno recordar que el reforestó Cotiza y El Pinar, que eso no lo sabe nadie o quizá no se han dado cuenta de la importancia porque generalmente los inmigrantes que venían se ocupaban más del comercio, y él era fatal, era un fracasado en eso.

¿Y su madre?

Jo-di-da. ¿Lo vas a poner? Bueno, también un ser maravilloso.

¿Su hermana Lya?

Lo contrario a mí: dulce, amable, bonita.

Ay, pero usted me ha parecido todo eso.

No, pero ese cuento es muy bueno: una vez alguien nos encontró y nos preguntó que si éramos hermanas, y luego dijo: “Tan bonita Lya, tan simpática Lya, tan inteligente Lya, tan diferente a ti”. Risas.

¿Cuál fue la primera obra de arte que usted vio?

Un Reverón.

¿Qué significa hacer periodismo en Venezuela?

Tener un chaleco antibalas. Es justamente un trabajo diario, un trabajo continuo, y con ánimo de hacerlo mejor. Corregir mucho, corregir mucho, corregir mucho.

Sofía Imber por José Vívenes

¿Qué es lo primero que nota en un reportaje?

Ni la firma, ni el título, sino la lectura de una vez. Evitar un poco el título, evitar un poco la firma. Después entonces la firma, y solo después el título, que es tan difícil. Eso lo hacen mucho los editores, ¿verdad?

¿Cuál es la película que nunca olvidará?

No voy al cine. Pero podría ser “Rashomon”, una película en que todo el mundo dice la verdad. Llaman a un juicio y nadie miente, y a la vez nadie está diciendo nada. Es increíble, terriblemente porque es la búsqueda de la verdad que no se encuentra nunca.

¿Alguna vez vacilaría?

Ay, no, yo no puedo seguir contestando. Yo no sé jugar. Ni juego barajas, ni juego…Yo no juego. Eso es un poquito jugar a la inteligencia, la viveza, a la frase bonita… yo no sé jugar eso.

Bueno, vayamos entonces a la última. ¿Una sola palabra para definirse?

Soy.

Sofía Imber. Foto: Ricardo Gómez-Pérez

PS: Esta entrevista, con algunas respuestas inéditas incluidas hoy, es un extracto de la publicada por el suscrito hace ocho años en la edición 39 de la respetable Club Magazine, aún dirigida por los queridos Gonzalo Peña Veloz y Mariana Bencomo de Peña. Mil gracias a ellos, a José Vívenes por aceptar el pedido de hoy para hoy de unos retratos de Sofía Imber, y a Ricardo Gómez-Pérez por cedernos las últimas fotografías que él le hiciera puertas adentro.