Juventud eterna para Alejandro Rebolledo
Eran casi las dos de la tarde cuando regresé de almorzar. Al…
Eran casi las dos de la tarde cuando regresé de almorzar. Al entrar a la oficina, Made, nuestra Directora Creativa – quizás impactada aún por la noticia– giró su silla y nos sugirió, sin más, escribir algo sobre Alejandro Rebolledo. Me sentí identificada de inmediato, su novela Pin Pan Pun me había marcado. En ella, los noventa brillaban con todo su esplendor. Emocionada, le conté a Made mi experiencia como participante de un taller de narrativa con Mario Morenza, cuando era aún estudiante en la Escuela de Letras de la UCV. Allí no solo nos aproximamos a la historia que se narraba, sino también a él como autor, a través de su libro y de la opinión de la escritora e investigadora venezolana Ana García Julio, quien durante años cosechó un amor verdadero por la novela y logró construir una tesis extraordinaria sobre ella. Esa misma tarde, escuchamos con entrega porque éramos nosotros los que allí se representaban, era nuestra generación la que se narraba. Aún emocionada, recordé como en el calor de la tarde nos habíamos pasado la primera edición de su novela de mano en mano, tocando la cubierta cómo si tocáramos los tesoros que no habíamos logrado conseguir en nuestra infancia. Aquella lengua amenazante y provocadora en la portada me había encantado tanto como su verde neón. De inmediato, recordé URBE, aquel periódico tan conocido entre nosotros. Sin duda, el libro era una suerte de objeto de culto prohibido para muchos. No sé cuánto tiempo hablé sobre mi relación con la novela y lo poco que sabía sobre Rebolledo hasta que, finalmente, pude comprender por fin lo que Made intentaba decirme: Alejandro Rebolledo había fallecido, solo eso se sabía, y todos quedamos estremecidos. De inmediato me abrumó la pena. ¿Cómo se puede hablar de una noticia tan triste? Había conocido a uno de mis héroes y me tocaría retratarlo de la manera que nadie quiere. Sin embargo, recordé que su voz, alguna vez, en aquel pequeño libro que nos pasábamos de mano en mano aquella tarde, pudo decir algo que nadie se atrevía siquiera a pensar.
Me sentí comprometida. Comencé a googlear la noticia desesperadamente. Varios medios lo reseñaban. Todos decían básicamente lo mismo o realmente no decían nada. Me embargó la impotencia. Me di cuenta de que verdaderamente sabía muy poco de él, apenas lo que lo relacionaba con su novela, que ignoraba cosas importantes, como por ejemplo las razones de su partida, la huida de esta Caracas que retrató fielmente y que amó con fuerza. Era imposible que lo supiera, claro. Alejandro era un misterio. Me costaría mucho encontrar al Alejandro después del 2000. Parecía que ya no pudo pertenecer a esta época a la que supo anticiparse. Busqué ayuda de inmediato. Llamé al profesor Mario Morenza, sabía que estaría de vacaciones, pero atendió mi llamada luego de muchos repiques. Como era de esperarse, las olimpíadas tenían preso a Mario y no sabía de la muerte de Alejandro. Se sorprendió mucho, se conmovió mucho. En seguida, me dio el número de Ana García Julio. La llamé pero no escuché su voz al otro lado. Comencé a repasar los nombres de los profesores de la escuela. Entonces, recordé un curso que hice con Vicente Lecuna -“Todo recuerda al pasado”, se llamaba– era el Parque Central de Vicente Lecuna, la violencia caraqueña. Con ayuda de Facebook y Ricardo Ramírez, llamé a Vicente, que ya sabía de la inesperada noticia y estaba irremediablemente triste. Se apartó del mar, donde estaba, para hablar conmigo. Había conocido a Rebolledo y lo tenía en gran estima. Le dije que necesitaba algunas respuestas, qué me hablara sobre él, algo que fuera más allá de lo poco que aparentemente todos sabían. Lo ataqué con preguntas: ¿qué había significado Alejandro Rebolledo para la generación venezolana de finales de la década de los 90? ¿Qué recordaba sobre el lanzamiento de Pin Pan Pun en 1998? Vicente me respondió de inmediato: No sabría decir qué significó o sí significó algo en particular. Durante mucho tiempo fue un DJ muy bueno, hizo rumbas memorables en los 90. También creo que fue el mejor periodista que tuvo URBE. Lo leía mucho. Se vendió mucho. Creo que fue el primer producto de mercado con calidad de diseño. Recuerdo que la contratapa tenía comentarios de Los Aterciopelados. Él cuenta como era la Caracas antes de volverse violenta, y es increíble cómo hoy en día como esa realidad sobrepasó completamente la ficción. En muchos modos Pin Pan Pun es también una novela juvenil como Piedra de Mar, de Massiani, aunque en esta última se recrea en la Caracas idílica de los años 70, donde se podía dormir con la puerta abierta; una villa pacífica, tranquila y decente. Pero es un retrato de ciudad, y de una época que en muchos modos marcó especialmente a la juventud. Por su parte, la ciudad de Rebolledo era la de finales de siglo XX, muy ruda, y creo que justamente por eso él termina siendo padre de una generación que se dedicó a esa nueva cuentística venezolana de principios de siglo; una narrativa sobre la violencia, como la de Rodrigo Blanco, el mismo Mario Morenza, también la de Carlos Ávila.
Vicente, además, dijo que una de las cosas que más le sorprendió de Rebolledo fueron sus lecturas iniciales y formativas: Me impresionó que se inclinara por la tradición realista, novelas del siglo XIX. Era un lector muy clásico, nada extravagante, leía lo mismo que pudo haber leído Uslar Pietri. Colgué la llamada. Me senté frente a la pantalla, no sabía cómo empezar a escribir. Seguía teniendo muy poco para el homenaje que quería darle hasta que, milagrosamente, sonó el teléfono de la oficina. Era de nuevo Vicente: Andrea, te envié la entrevista completa que le hice a Rebolledo cuando salió el libro. Agradecida, colgué el teléfono y comencé a leer esta entrevista que -con la venia de Vicente Lecuna- ahora comparto con nuestros lectores con la mayor admiración hacia un hombre que vivió nuestra Caracas y la supo retratar exacta, con ese mismo magnetismo que todos experimentamos y que nos mantiene atados a ella a pesar de todo:
Semifinalista del XI Premio de Novela Rómulo Gallegos, influenciada por American Psycho, Rojo y negro y El gran Arte, repleta de desorientaciones, drogas, descalabros y decadencias, suscrita a la mejor tradición del realismo, Pin pan pun (Libros Urbe: Caracas, 1998) se ha constituido en un objeto de culto y en un fenómeno editorial que va mucho más allá de sus 3000 copias vendidas, generando una tensa discusión sobre la casi siempre desventurada novelística venezolana. Alejandro Rebolledo (DJ, periodista y militante del colectivo Escuadrón Sudaca) revisa junto a Vicente Lecuna la novela que lo ha llevado a convertirse en el escritor naturalista del desmadre caraqueño de los 90.
VL: Me sorprendió mucho la estructura de tu novela, muy tradicional, clásica y siglo XIX, y sin embargo el orden de las partes sigue una lógica no lineal. El tema también me resultó familiar: la decadencia de la burguesía vista por personajes jóvenes que se sienten traicionados por sus propias vidas aburridas, que emprenden una aventura por Caracas en búsqueda del tiempo perdido. Quisiera que me contaras sobre la organización de tu novela en escenas cortas que no se suceden unas a otras linealmente.
AR: La novela está relatada a través de historias modulares, ordenadas en capítulos, episodios y escenas, sin tener nada de lastre teatral porque en cada capítulo pueden suceder diferentes episodios que no están necesariamente conectados linealmente. A pesar de que cada capítulo esté conformado por distintas escenas y personajes, tiene vida propia, se basta por sí solo. Hay una lógica en el devenir de las cosas aunque la novela no sea lineal, de modo que la relación entre las escenas de cada capítulo es subjetiva.
VL: En tu novela los personajes emprenden recorridos por Caracas, lo cual hace que a ratos parezca una novela de aventuras, de viaje, como las “road movies”. En esos recorridos aparecen personajes que no son de clase media, que teóricamente deben ser muy distintos a sus pares burguesitos, pero esa diferencia no se nota tanto, no son mejores ni peores, más o menos nobles, o definitivamente opuestos. Todos están en la misma desgracia de vida.
AR: Hay una circunstancia mucho más grave y aguda que victimiza a todos los personajes, más allá de su origen de clase. Hay un sin sentido que los afecta a todos, todos ellos tiene la misma sensación de enfrentamiento a la contundencia del vacío, sufren una agonía ante el vacío. Esto me pareció una solución muy sabrosa de escribir porque de esa a manera no tenía que darle a los personajes unos valores binarios, maniqueos: rico avaro, pobre resentido. Cada uno a su manera termina siendo el mismo personaje, cada uno atraviesa los mismos obstáculos. El Brother es el único que tiene cierto valor: es solidario. Pero yo no quise desarrollar ningún personaje que fuera bueno o malo por naturaleza, víctima o victimario. No quise valorar a los personajes pobres por su capacidad de sortear ese mundo de vacíos, por su viveza. No quise escribir una picaresca.
VL: Hay una cosa testimonialista en tu novela que muestra a los años ochenta y a los noventa con mucha amargura.
AR: Es que fue una época amarga. Después de terminar Pin pan pun ya no siento a Caracas tan amarga, quizá porque me saqué todos los fantasmas. Del 87 al 98 lo único que se respiró en Caracas fue frustración, ira, resentimiento, incapacidad. Las circunstancias macroeconómicas y políticas de entonces produjeron una energía negativa que se ensañó contra Caracas y que logró que la gente se volviera muy descreída, desencantada y amarga. Según esa energía Caracas era una ciudad que no valía la pena querer. Esa energía es protagonista de mi novela.
VL: Volviendo a tu novela, si bien el lenguaje no es experimental hay un trabajo notable en cuanto a las maneras caraqueñas de comunicarse. ¿No te preocupa que no te entiendan los mexicanos, por ejemplo?
AR: Para nada. Yo quería que el lector reconociera en los personajes un origen, una territorialidad. No quería que fueran una especie de hispanohablantes generales sin carácter. Creo que por contexto cualquiera puede entender lo que dicen, creo que la novela no es hermética. No quise usar la acostumbrada voz impostada que tiene los personajes literarios.
VL: La edición de Pin pan pun refleja un cuidado particular en tanto al libro como objeto. ¿Por qué?
AR: En Venezuela la literatura se edita sin tener mucha conciencia de que el libro es un objeto, que te va a acompañar, que te vas a ir a la cama con él, que va a ser tuyo, propio. El libro, en Venezuela, no sé por qué, no ha caído en esa lógica del mercado, que por cierto es su única lógica positiva: la posibilidad de hacer tuyas algunas cosas. Pin Pan Pun es un objeto de consumo cuya condición primordial es que va a ser apropiado por alguien, por un lector. Por eso no es neutral su estética.
En el año 1998, poco tiempo después de la publicación de Pim Pam Pum, Vicente Lecuna entrevistó a Alejandro Rebolledo para un boletín especial de la antigua librería Kuai- Mare, de esta hazaña, cito solo algunas de las preguntas, que por un tema de extensión de caracteres, no pude incluir por completo, sus respuestas están más vigentes que nunca, la voz de Rebolledo devela una suerte de premonición, su retrato de Caracas y su gente, del imaginario social y cultural que aún sobrevive en un tono que logra ser también divertido. Nunca he sabido bien cómo despedirme, prefiero no hacerlo, desde los cuarteles de LUSTER Magazine los invitó a leer Pim Pam Pum, que además a buena hora será reeditada en octubre, nuevamente bajo el sello de PuntoCero.
Me cago de risa, entrevista con Alejandro Rebolledo por Vicente Lecuna para el Boletín Especial de la Revista Kuai – Mare, año 1998